Ciertas
situaciones me dan mucha envidia, no estoy pensando en ser como Cristiano
Ronaldo o tener un Ferrari aparcado en el garaje de mi espectacular chalet en
una isla del Caribe.
Mi
envidia es muchas más general y abstracta. Tengo envidia de que Ourense no sea
una de las zonas del mundo donde viven los grandes inversores, con gran
capacidad de visión de futuro y que son capaces de apostar por proyectos con
solo ver una idea. Con esto no quiero decir que en Ourense no haya personas con
muchísimo dinero, sino que, como la mayoría de los mortales, no tienen esa
capacidad o esa visión de negocio para apostar e invertir. Gracias a los
inversores los proyectos crecen y se consolidan en mercados mucho más
importantes, y aportan la seguridad que da tener un respaldo de esa categoría.
No
obstante, hay algo que me da entre envidia y frustración. Envidia por ver como
en determinadas partes existe una identificación de los empresarios e
inversores, con su provincia y entre ellos hacen piña para defender la
estructura empresarial y la capacidad industrial, ayudándose y protegiéndose,
pues su objetivo final es defender su tierra. Y frustración, por ver y escuchar
cómo después de no invertir en tu lugar de nacimiento y de no apostar por él, se
rasgan las vestiduras por ver que los centros de decisión, de las pocas compañías
importes que hay en Ourense, son llevados fuera de la provincia, y en consecuencia
pagan sus impuestos también fuera.
Tal
vez sea todo fruto de la envidia que sienten unos por otros, pero lo que está
claro es que, si seguimos así, al final sólo tendremos: ENVIDIA.