Publicado en el suplemento EURO de La Región y Atlántico Diario el 9 de noviembre de 2014
Cada cierto tiempo, los grandes dirigentes del mundo se reúnen para poner de manifiesto que sus países no lo están haciendo bien en política medioambiental. Siempre existen bonitas palabras y bonitos discursos, pero al final tan solo son palabras.
Cada cierto tiempo, los grandes dirigentes del mundo se reúnen para poner de manifiesto que sus países no lo están haciendo bien en política medioambiental. Siempre existen bonitas palabras y bonitos discursos, pero al final tan solo son palabras.
En
esta sociedad de consumo en la que vivimos, todo tiene un mercado, todo se
puede comprar o vender y, todo se analiza desde una perspectiva empresarial de
coste-beneficio. Lógicamente, la emisión de carbono a la atmósfera no podría
ser la excepción, tal como queda demostrado con la existencia del denominado
Mercado del Carbono en la Unión Europea, Reino Unido, Japón, y un mercado
voluntario para los países no firmantes de Kioto, donde están, entre otros,
Estados Unidos.
Los
países que tienen excedentes, es decir, que han ahorrado más emisiones de las
que estaban autorizados, pueden vender estos derechos a los países que no han
logrado llegar a sus metas. Por ejemplo, los permisos de la Unión Europea para
emitir una tonelada de dióxido de carbono se entregan gratis o se subastan a
más de 13.000 fábricas y empresas de servicios públicos, que deben tener una
cantidad suficiente como para cumplir con sus emisiones o pagar multas. En caso
de no dar cubierto las subastas, la Unión Europea puede reducir el número de
permisos evitando así la devaluación, o podría vender sus excedentes a países
deficitarios.
Como
en cualquier mercado, el producto disponible tiene un valor mayor que la
promesa u obligación a futuro, donde se especula sobre la cantidad de permisos
y los precios a los que lo venderán los países con excedente.
Ciertamente,
llama la atención que una medida para penalizar la contaminación se pueda
llegar a convertir en un negocio para ciertos países o sectores. No obstante,
no debemos llevarnos a engaños y reconocer que la economía mundial está
controlada por unos pocos grandes consorcios y lobbys, que ven en las energías
renovables el final de sus rentables negocios y, por consiguiente, la pérdida
de su control absoluto sobre la economía mundial.
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